


Entretanto, la epidemia va impregnando el Africa central y occidental. Más de una décima parte de los adultos de Costa de Marfil se encuentran infectados. Se han documentado incrementos alarmantes de la enfermedad en Yaundé y Duala, las ciudades más grandes de Camerún. Además, en Nigeria -el país más populoso del continente- las anteriores dictaduras militares dejaron que cayera en el olvido el programa de control del SIDA, incluso a pesar de que la prevalencia del VIH ha subido hasta afectar a casi uno de cada 20 adultos. Por decirlo sin rodeos, el SIDA está en camino de dejar pequeña a cualquier otra catástrofe de la que se tenga constancia en Africa. Está cercenando las posibilidades de desarrollo, amenazando la actividad económica y transformando las tradiciones culturales. ¿ Las epidemias nunca son tan sólo una cuestión meramente biológica. Es más, al mismo tiempo que el VIH modifica la sociedad africana, se expande merced a la explotación de las actuales condiciones culturales y económicas. «La epidemia se convierte en realidad sólo en un determinado contexto», afirma Elhadj Sy, jefe del Grupo de Africa Oriental y Meridional de UNAID. «En Africa, la gente se levanta por la mañana y sale a buscarse la vida, pero la manera en que lo hacen les somete a menudo al riesgo de una infección». Los hombres, por ejemplo, emigran a las ciudades en busca de trabajo; alejados de sus mujeres y de sus familias durante interminables meses, buscan satisfacción sexual con mujeres que, carentes de medios y de cualificación para el trabajo, ponen sus cuerpos a la venta para el sostenimiento de sus hijos y el suyo propio. De vuelta al hogar, las mujeres que instan a sus maridos a ponerse condones corren el riesgo de que se las acuse de acostarse con cualquiera; en las culturas africanas, habitualmente es el hombre el que dicta cuándo y cómo se mantienen relaciones sexuales.
Hacer frente a fuerzas culturales y económicas de esta naturaleza requiere voluntad política, pero la mayor parte de los gobiernos africanos se han mostrado escandalosamente negligentes al respecto. Ante la falta de liderazgo, el africano corriente ha reaccionado tardíamente a la hora de enfrentarse a la enfermedad. Pocas empresas, por ejemplo, disponen de programas anti-SIDA de amplio alcance. Además, muchas familias se niegan todavía a reconocer que el VIH está matando a sus parientes y prefieren decir que esa persona ha muerto de tuberculosis o de cualquier otra enfermedad ocasional. Con frecuencia, los médicos colaboran en esta negación de la realidad. «Precisamente, el otro día -declara un médico zimbabueño, de gran categoría, que hablaba a condición de que se preservara su anonimato- hice constar «SIDA» en un certificado de defunción y, luego, lo taché.
La culpa de que Africa haya quedado debilitada es por 500 años de esclavitud y colonialismo.
Pensé que lo único que iba a hacer era estigmatizar a esa persona, porque no hay nadie más que ponga «SIDA» como causa de fallecimiento, ni siquiera cuando efectivamente es así». ¿Por qué el SIDA es peor en el Africa sub-sahariana que en cualquier otro lugar del mundo? En parte, por culpa de esta negación de la realidad; en parte, por culpa de que el virus, casi con plena seguridad, tuvo aquí su origen, lo que le ha dado más tiempo para propagarse; pero, sobre todo, por culpa de que Africa había quedado debilitada por 500 años de esclavitud y colonialismo. De hecho, los historiadores achacan al colonialismo la mayor parte de la responsabilidad sobre los muchos gobiernos corruptos y autocráticos de Africa, que se apropian de recursos con los que se podría combatir la epidemia. A Africa, conquistada y denigrada, nunca se le ha permitido incorporar las innovaciones a escala internacional adaptadas a su propio contexto, como, por ejemplo, ha hecho Japón.
Por supuesto, la peor herencia de los blancos en Africa es la pobreza, que alimenta la epidemia por innumerables procedimientos.
Por supuesto, la peor herencia de los blancos en Africa es la pobreza, que alimenta la epidemia por innumerables procedimientos.
Esta herencia colonial emponzoña algo más que la política. Algunos observadores atribuyen la propagación del VIH a la poligamia, una tradición de muchas culturas africanas. Sin embargo, las migraciones por razones de empleo, la urbanización y los desplazamientos de la población han generado una caricatura de la poligamia tradicional. Los hombres disponen de muchas compañeras, pero no mediante el matrimonio sino mediante la prostitución o mediante el mantenimiento de queridas, lo cual no aporta la vertebración social de la antigua poligamia. Por supuesto, la peor herencia de los blancos en Africa es la pobreza, que alimenta la epidemia por innumerables procedimientos. El padecer una enfermedad de transmisión sexual multiplica las ocasiones de propagar y contraer el VIH, pero pocos africanos reciben un tratamiento eficaz debido a que los centros médicos son demasiado caros o están demasiado lejos. La riqueza de Africa o bien se ha desviado hacia occidente o bien ha quedado restringida en favor de los colonizadores blancos que han apartado a los negros de una plena participación en la economía. En la Sudáfrica del segregacionismo, a los negros o bien no se les daba ninguna clase de educación en absoluto o bien se les enseñaba sólo lo justo para que fueran criados. En la actualidad, cuando el país sufre una de las más explosivas epidemias de SIDA del mundo, la falta de educación arruina los esfuerzos de prevención. De hecho, el SIDA ha transformado a Africa en algo todavía más vulnerable a cualquier catástrofe futura, lo que perpetúa el círculo vicioso de la historia. Con todo, el SIDA no es simplemente un relato de la desesperanza. Cada vez más, los africanos unen sus esfuerzos -por lo común, con recursos más bien exiguos- en atender a sus enfermos, en erigir orfanatos y en impedir que el virus se lleve a los que más quieren. Sus esfuerzos ofrecen una cierta esperanza pues, en tanto que una crisis de esta magnitud es capaz de desintegrar la sociedad, también puede llegar a unirla. «Para resolver el problema del VIH -afirma Sy-, hay que empezar por implicarse uno mismo: las actitudes, el comportamiento y los principios. Es algo que afecta a los fundamentos más esenciales de la sociedad y la cultura: la procreación y la muerte».
El SIDA está impulsando una franqueza desconocida en las relaciones sexuales, así como unos esfuerzos, también desconocidos, por controlarlas, mediante pruebas de virginidad y campañas en favor del mantenimiento de una única pareja. Además, poco a poco, por momentos, está concediendo a las mujeres un mayor poder. Las muertes que se cobra empujan a las mujeres a decir no a las relacioners sexuales o a insistir en el uso del preservativo. Además, a medida que aumenta el número de viudas, la gente está empezando a considerar los perjuicios de que se les niegue el derecho a heredar bienes. La epidemia está asimismo modificando las relaciones de parentesco, que han representado la esencia de la mayoría de las culturas africanas. Los huérfanos, por ejemplo, siempre han sido acogidos en el seno de la familia tradicional. Sin embargo, más de siete millones de niños del Africa sub-sahariana han perdido a uno de sus progenitores, o a ambos, y el virus está matando también a sus tías y tíos, lo que les priva de unos padres adoptivos y les lleva a vivir con unos abuelos que, con frecuencia, están ya en su declive. En respuesta a esta situación, comunidades de toda Africa se ofrecen voluntariamente a ayudar a los huérfanos mediante visitas a sus hogares e, increíblemente, a compartir con ellos lo poquísimo que tienen. Este voluntarismo constituye tanto una recuperación de las tradiciones comunales como su readaptación a unas nuevas formas de sociedad civil. No obstante, ni siquiera estos heroicos esfuerzos pueden atajar los males que ya se han manifestado aquí, en las colinas en las que Arthur Chinaka ha perdido a su padre y a sus tíos.
Los muertos no son la peor de las consecuencias de esta epidemia sino la forma de vida que dejan tras de sí. ¿ Rusina Kasongo vive unas colinas más allá de Chinaka. Como tantas de estas personas del campo, ya mayores, que nunca fueron a la escuela, Kasongo no es capaz de calcular la edad que tiene, pero sí que es capaz de contar todo lo que ha perdido: dos de sus hijos, una de sus hijas y todos los maridos de éstas han muerto de SIDA, y además su marido falleció en un accidente. En su soledad, ella está al cuidado de diez huérfanos. «Algunas veces, los niños se van por ahí y vuelven muy tarde a casa -declara Kasongo-, y tengo miedo de que vayan a terminar lo mismo que Tanyaradzwa». Esta era la hija que murió de SIDA; se había casado dos veces, la primera de ellas, porque ya estaba embarazada. Ahora, la mayor de los huérfanos, Fortunata, de 17 años, es ya madre de un niño, pero no tiene marido. Pocas personas hay que hayan realizado más investigaciones sobre los huérfanos del SIDA que el pediatra Geoff Foster, que fundó la organización FACT (Family AIDS Caring Trust, o Familias Comprometidas en la Atención al SIDA). Fue Foster el que documentó que más de la mitad de los huérfanos de Zimbabue están al cuidado de sus abuelos, por lo común, abuelas que han tenido que ocuparse de atender a sus propios hijos hasta la tumba. Pero incluso esta frágil red de seguridad va a dejar de existir para muchos de la próxima generación de huérfanos. «Es posible que un tercio de los niños de Zimbabue vayan a perder a su padre, a su madre o a ambos», afirma Foster. Van a tener más probabilidades de ser pobres, explica él, más probabilidades de verse privados de educación, más probabilidades de ser maltratados, abandonados o estigmatizados, más probabilidades de padecer todas las carencias que hacen más probable que una persona vaya a mantener relaciones sexuales de riesgo. «El caso es que, cuando contraigan el VIH y mueran, ¿quién se va a ocupar de sus hijos? Nadie, porque ellos ya son huérfanos así que, por definición, sus hijos no van a tener abuelos. Es exactamente igual que el propio virus. Dentro del cuerpo, el VIH se introduce en el sistema de defensas y lo deja fuera de combate. Es lo que hace también desde el punto de vista sociológico. Se introduce en el sistema de socorro mutuo de la familia tradicional y lo diezma»
Los muertos no son la peor de las consecuencias de esta epidemia sino la forma de vida que dejan tras de sí. ¿ Rusina Kasongo vive unas colinas más allá de Chinaka. Como tantas de estas personas del campo, ya mayores, que nunca fueron a la escuela, Kasongo no es capaz de calcular la edad que tiene, pero sí que es capaz de contar todo lo que ha perdido: dos de sus hijos, una de sus hijas y todos los maridos de éstas han muerto de SIDA, y además su marido falleció en un accidente. En su soledad, ella está al cuidado de diez huérfanos. «Algunas veces, los niños se van por ahí y vuelven muy tarde a casa -declara Kasongo-, y tengo miedo de que vayan a terminar lo mismo que Tanyaradzwa». Esta era la hija que murió de SIDA; se había casado dos veces, la primera de ellas, porque ya estaba embarazada. Ahora, la mayor de los huérfanos, Fortunata, de 17 años, es ya madre de un niño, pero no tiene marido. Pocas personas hay que hayan realizado más investigaciones sobre los huérfanos del SIDA que el pediatra Geoff Foster, que fundó la organización FACT (Family AIDS Caring Trust, o Familias Comprometidas en la Atención al SIDA). Fue Foster el que documentó que más de la mitad de los huérfanos de Zimbabue están al cuidado de sus abuelos, por lo común, abuelas que han tenido que ocuparse de atender a sus propios hijos hasta la tumba. Pero incluso esta frágil red de seguridad va a dejar de existir para muchos de la próxima generación de huérfanos. «Es posible que un tercio de los niños de Zimbabue vayan a perder a su padre, a su madre o a ambos», afirma Foster. Van a tener más probabilidades de ser pobres, explica él, más probabilidades de verse privados de educación, más probabilidades de ser maltratados, abandonados o estigmatizados, más probabilidades de padecer todas las carencias que hacen más probable que una persona vaya a mantener relaciones sexuales de riesgo. «El caso es que, cuando contraigan el VIH y mueran, ¿quién se va a ocupar de sus hijos? Nadie, porque ellos ya son huérfanos así que, por definición, sus hijos no van a tener abuelos. Es exactamente igual que el propio virus. Dentro del cuerpo, el VIH se introduce en el sistema de defensas y lo deja fuera de combate. Es lo que hace también desde el punto de vista sociológico. Se introduce en el sistema de socorro mutuo de la familia tradicional y lo diezma»
MARK SCHOOFS.
2 comentarios:
notable comentario
nada más que decir.
quepaso conlacreatividadd¿¿¿¿
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