martes, 18 de marzo de 2008

SIDA en Africa: La Agonía del continente negro.

En el depósito de cadáveres del Hospital Parirenyatwa, de Zimbabue, el principal responsable de la cámara mortuoria, Paul Tabvemhiri, abre la puerta de la gran sala frigorífica donde se guardan los cadáveres. Resulta imposible abrirse paso por ella de tantos cuerpos como yacen en el suelo, amortajados con las sábanas de la cama en que murieron o vestidos todavía con las ropas con las que fallecieron. Todo alrededor de las paredes se amontonan los cadáveres, dos en cada nicho. En una segunda cámara frigorífica, los nichos son más estrechos, por lo que Tabvemhiri no tiene más que una espeluznante alternativa: o la de apilar los cuerpos unos encima de otros, con lo que las caras se quedan aplastadas y, para los familiares, resulta penosa la identificación de los cadáveres, o dejar los cuerpos fuera, en el vestíbulo, donde la refrigeración es inexistente. El se resiste a que los cuerpos se deformen, y ésa es la razón por la que un par de cadáveres yacen afuera, en camillas detrás de una cortina. El olor a descomposición no es muy fuerte, pero sí nítido. ¿Siempre tienen que dejar cadáveres en el vestíbulo? «No, no, no», asegura Tabvemhiri, que lleva trabajando en el depósito desde 1976. «Sólo en los últimos cinco o seis años», que es cuando las muertes por SIDA empezaron a aumentar por aquí. Los registros del depósito de cadáveres demuestran que el número de defunciones se ha triplicado, prácticamente, desde que empezó la epidemia en Zimbabue y que ha habido un cambio en la naturaleza de las muertes: «Nos llegan jóvenes -afirma Tabvemhiri- a granel». Ese gran arco del Africa oriental y meridional que se extiende desde el monte Kenya hasta el cabo de Buena Esperanza es la zona más duramente castigada por el SIDA en todo el mundo. Es ahí donde el virus está diezmando cada vez más a la población más activa y productiva de Africa, adultos de entre 15 y 49 años.


También el comercio de esclavos se cebó en estas gentes en la flor de la vida, al matar o condenar al cautiverio quizás a unos 25 millones de personas. Pero eso sucedió a lo largo de más de cuatro siglos. Sólo 17 años han transcurrido desde que el SIDA fue detectado por vez primera en Africa, a orillas del lago Victoria, pero, según el Programa Conjunto de Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (UNAIDS), el virus ha matado ya a más de 11 millones de africanos subsaharianos. Más de otros 22 millones se encuentran infectados. Sólo el 10 por ciento de la población mundial vive al sur del Sáhara, pero esa zona es el lugar en el que viven las dos terceras partes de los seropositivos del mundo y ha sufrido más del 80 por ciento de todas las muertes de SIDA. El año pasado, todas las guerras de Africa acabaron en conjunto con la vida de 200.000 personas. El SIDA mató diez veces ese número. De hecho, el año pasado murieron más personas por culpa del VIH que por cualquier otra causa de muerte en ese continente, incluida la malaria. Y esta mortandad no ha hecho más que empezar. A diferencia del ébola o de la gripe, el SIDA es una infección de desarrollo lento, que se incuba en las personas durante un plazo de entre cinco a diez años antes de matarlas. A todo lo largo y ancho del Africa oriental y meridional, más de un 13 por ciento de los adultos se encuentran infectados por el VIH, según UNAIDS. Y en tres países, Zimbabue entre ellos, más de una cuarta parte de los adultos es portadora del virus.


En determinadas zonas, los índices son todavía más elevados: según un estudio, nada menos que un 59 por ciento de las mujeres que acudieron a clínicas prenatales en la zona rural de Beitbridge, en Zimbabue, dieron positivo en la prueba del VIH. La esperanza de vida en más de una docena de países africanos «será pronto 17 años más corta por culpa del SIDA, de 47 años en lugar de 64», afirma Callisto Madavo, vicepresidente a cargo de Africa en el Banco Mundial. El VIH «está literalmente arrebatándonos en Africa la cuarta parte de nuestras vidas». Entretanto, la tasa de mortalidad a causa del VIH ha caído radicalmente en occidente gracias a poderosas combinaciones de fármacos que impiden que progrese la enfermedad. Estos tratamientos deben seguirse durante años, probablemente durante toda la vida, y pueden llegar a costar al año más de 10.000 dólares por paciente. Sin embargo, en muchos de los países africanos más castigados el presupuesto total de asistencia sanitaria `per cápita' no llega a los diez dólares. Muchas personas -en Africa como en occidente- no conceden mayor importancia a esta brutal disparidad, con el argumento de que es igualmente cierta en el caso de otras enfermedades. Pero no es así. Los medicamentos para atajar las más importantes enfermedades infecciosas mortales del mundo -la tuberculosis, la malaria y los trastornos diarreicos- llevan muchos años subvencionados por la comunidad internacional, al igual que lo son las vacunas contra enfermedades infantiles como la polio y el sarampión. No obstante, incluso a precios rebajados, el coste anual de administrar a cada africano con VIH una terapia de triple combinación superaría los 150.000 millones de dólares, con lo que el mundo permite que siegue millones de vidas una enfermedad infecciosa mortal, la principal, para la que existe tratamiento. Todo esto sería quizá más digerible si hubiera un Plan Marshall para la prevención del SIDA que retardara la propagación del virus. Sin embargo, un estudio reciente de UNAIDS y la universidad deí Harvard demuestra que, en 1997, los países donantes destinaron 150 millones de dólares a medidas preventivas del SIDA en Africa. Esa suma es menor que el coste de la película «Wild Wild West».
Entretanto, la epidemia va impregnando el Africa central y occidental. Más de una décima parte de los adultos de Costa de Marfil se encuentran infectados. Se han documentado incrementos alarmantes de la enfermedad en Yaundé y Duala, las ciudades más grandes de Camerún. Además, en Nigeria -el país más populoso del continente- las anteriores dictaduras militares dejaron que cayera en el olvido el programa de control del SIDA, incluso a pesar de que la prevalencia del VIH ha subido hasta afectar a casi uno de cada 20 adultos. Por decirlo sin rodeos, el SIDA está en camino de dejar pequeña a cualquier otra catástrofe de la que se tenga constancia en Africa. Está cercenando las posibilidades de desarrollo, amenazando la actividad económica y transformando las tradiciones culturales. ¿ Las epidemias nunca son tan sólo una cuestión meramente biológica. Es más, al mismo tiempo que el VIH modifica la sociedad africana, se expande merced a la explotación de las actuales condiciones culturales y económicas. «La epidemia se convierte en realidad sólo en un determinado contexto», afirma Elhadj Sy, jefe del Grupo de Africa Oriental y Meridional de UNAID. «En Africa, la gente se levanta por la mañana y sale a buscarse la vida, pero la manera en que lo hacen les somete a menudo al riesgo de una infección». Los hombres, por ejemplo, emigran a las ciudades en busca de trabajo; alejados de sus mujeres y de sus familias durante interminables meses, buscan satisfacción sexual con mujeres que, carentes de medios y de cualificación para el trabajo, ponen sus cuerpos a la venta para el sostenimiento de sus hijos y el suyo propio. De vuelta al hogar, las mujeres que instan a sus maridos a ponerse condones corren el riesgo de que se las acuse de acostarse con cualquiera; en las culturas africanas, habitualmente es el hombre el que dicta cuándo y cómo se mantienen relaciones sexuales.
Hacer frente a fuerzas culturales y económicas de esta naturaleza requiere voluntad política, pero la mayor parte de los gobiernos africanos se han mostrado escandalosamente negligentes al respecto. Ante la falta de liderazgo, el africano corriente ha reaccionado tardíamente a la hora de enfrentarse a la enfermedad. Pocas empresas, por ejemplo, disponen de programas anti-SIDA de amplio alcance. Además, muchas familias se niegan todavía a reconocer que el VIH está matando a sus parientes y prefieren decir que esa persona ha muerto de tuberculosis o de cualquier otra enfermedad ocasional. Con frecuencia, los médicos colaboran en esta negación de la realidad. «Precisamente, el otro día -declara un médico zimbabueño, de gran categoría, que hablaba a condición de que se preservara su anonimato- hice constar «SIDA» en un certificado de defunción y, luego, lo taché.
La culpa de que Africa haya quedado debilitada es por 500 años de esclavitud y colonialismo.

Pensé que lo único que iba a hacer era estigmatizar a esa persona, porque no hay nadie más que ponga «SIDA» como causa de fallecimiento, ni siquiera cuando efectivamente es así». ¿Por qué el SIDA es peor en el Africa sub-sahariana que en cualquier otro lugar del mundo? En parte, por culpa de esta negación de la realidad; en parte, por culpa de que el virus, casi con plena seguridad, tuvo aquí su origen, lo que le ha dado más tiempo para propagarse; pero, sobre todo, por culpa de que Africa había quedado debilitada por 500 años de esclavitud y colonialismo. De hecho, los historiadores achacan al colonialismo la mayor parte de la responsabilidad sobre los muchos gobiernos corruptos y autocráticos de Africa, que se apropian de recursos con los que se podría combatir la epidemia. A Africa, conquistada y denigrada, nunca se le ha permitido incorporar las innovaciones a escala internacional adaptadas a su propio contexto, como, por ejemplo, ha hecho Japón.
Por supuesto, la peor herencia de los blancos en Africa es la pobreza, que alimenta la epidemia por innumerables procedimientos.

Esta herencia colonial emponzoña algo más que la política. Algunos observadores atribuyen la propagación del VIH a la poligamia, una tradición de muchas culturas africanas. Sin embargo, las migraciones por razones de empleo, la urbanización y los desplazamientos de la población han generado una caricatura de la poligamia tradicional. Los hombres disponen de muchas compañeras, pero no mediante el matrimonio sino mediante la prostitución o mediante el mantenimiento de queridas, lo cual no aporta la vertebración social de la antigua poligamia. Por supuesto, la peor herencia de los blancos en Africa es la pobreza, que alimenta la epidemia por innumerables procedimientos. El padecer una enfermedad de transmisión sexual multiplica las ocasiones de propagar y contraer el VIH, pero pocos africanos reciben un tratamiento eficaz debido a que los centros médicos son demasiado caros o están demasiado lejos. La riqueza de Africa o bien se ha desviado hacia occidente o bien ha quedado restringida en favor de los colonizadores blancos que han apartado a los negros de una plena participación en la economía. En la Sudáfrica del segregacionismo, a los negros o bien no se les daba ninguna clase de educación en absoluto o bien se les enseñaba sólo lo justo para que fueran criados. En la actualidad, cuando el país sufre una de las más explosivas epidemias de SIDA del mundo, la falta de educación arruina los esfuerzos de prevención. De hecho, el SIDA ha transformado a Africa en algo todavía más vulnerable a cualquier catástrofe futura, lo que perpetúa el círculo vicioso de la historia. Con todo, el SIDA no es simplemente un relato de la desesperanza. Cada vez más, los africanos unen sus esfuerzos -por lo común, con recursos más bien exiguos- en atender a sus enfermos, en erigir orfanatos y en impedir que el virus se lleve a los que más quieren. Sus esfuerzos ofrecen una cierta esperanza pues, en tanto que una crisis de esta magnitud es capaz de desintegrar la sociedad, también puede llegar a unirla. «Para resolver el problema del VIH -afirma Sy-, hay que empezar por implicarse uno mismo: las actitudes, el comportamiento y los principios. Es algo que afecta a los fundamentos más esenciales de la sociedad y la cultura: la procreación y la muerte».


El SIDA está impulsando una franqueza desconocida en las relaciones sexuales, así como unos esfuerzos, también desconocidos, por controlarlas, mediante pruebas de virginidad y campañas en favor del mantenimiento de una única pareja. Además, poco a poco, por momentos, está concediendo a las mujeres un mayor poder. Las muertes que se cobra empujan a las mujeres a decir no a las relacioners sexuales o a insistir en el uso del preservativo. Además, a medida que aumenta el número de viudas, la gente está empezando a considerar los perjuicios de que se les niegue el derecho a heredar bienes. La epidemia está asimismo modificando las relaciones de parentesco, que han representado la esencia de la mayoría de las culturas africanas. Los huérfanos, por ejemplo, siempre han sido acogidos en el seno de la familia tradicional. Sin embargo, más de siete millones de niños del Africa sub-sahariana han perdido a uno de sus progenitores, o a ambos, y el virus está matando también a sus tías y tíos, lo que les priva de unos padres adoptivos y les lleva a vivir con unos abuelos que, con frecuencia, están ya en su declive. En respuesta a esta situación, comunidades de toda Africa se ofrecen voluntariamente a ayudar a los huérfanos mediante visitas a sus hogares e, increíblemente, a compartir con ellos lo poquísimo que tienen. Este voluntarismo constituye tanto una recuperación de las tradiciones comunales como su readaptación a unas nuevas formas de sociedad civil. No obstante, ni siquiera estos heroicos esfuerzos pueden atajar los males que ya se han manifestado aquí, en las colinas en las que Arthur Chinaka ha perdido a su padre y a sus tíos.
Los muertos no son la peor de las consecuencias de esta epidemia sino la forma de vida que dejan tras de sí. ¿ Rusina Kasongo vive unas colinas más allá de Chinaka. Como tantas de estas personas del campo, ya mayores, que nunca fueron a la escuela, Kasongo no es capaz de calcular la edad que tiene, pero sí que es capaz de contar todo lo que ha perdido: dos de sus hijos, una de sus hijas y todos los maridos de éstas han muerto de SIDA, y además su marido falleció en un accidente. En su soledad, ella está al cuidado de diez huérfanos. «Algunas veces, los niños se van por ahí y vuelven muy tarde a casa -declara Kasongo-, y tengo miedo de que vayan a terminar lo mismo que Tanyaradzwa». Esta era la hija que murió de SIDA; se había casado dos veces, la primera de ellas, porque ya estaba embarazada. Ahora, la mayor de los huérfanos, Fortunata, de 17 años, es ya madre de un niño, pero no tiene marido. Pocas personas hay que hayan realizado más investigaciones sobre los huérfanos del SIDA que el pediatra Geoff Foster, que fundó la organización FACT (Family AIDS Caring Trust, o Familias Comprometidas en la Atención al SIDA). Fue Foster el que documentó que más de la mitad de los huérfanos de Zimbabue están al cuidado de sus abuelos, por lo común, abuelas que han tenido que ocuparse de atender a sus propios hijos hasta la tumba. Pero incluso esta frágil red de seguridad va a dejar de existir para muchos de la próxima generación de huérfanos. «Es posible que un tercio de los niños de Zimbabue vayan a perder a su padre, a su madre o a ambos», afirma Foster. Van a tener más probabilidades de ser pobres, explica él, más probabilidades de verse privados de educación, más probabilidades de ser maltratados, abandonados o estigmatizados, más probabilidades de padecer todas las carencias que hacen más probable que una persona vaya a mantener relaciones sexuales de riesgo. «El caso es que, cuando contraigan el VIH y mueran, ¿quién se va a ocupar de sus hijos? Nadie, porque ellos ya son huérfanos así que, por definición, sus hijos no van a tener abuelos. Es exactamente igual que el propio virus. Dentro del cuerpo, el VIH se introduce en el sistema de defensas y lo deja fuera de combate. Es lo que hace también desde el punto de vista sociológico. Se introduce en el sistema de socorro mutuo de la familia tradicional y lo diezma»
MARK SCHOOFS.

2 comentarios:

El último en llegar dijo...

notable comentario
nada más que decir.

Anónimo dijo...

quepaso conlacreatividadd¿¿¿¿