

Mientras espero la película
minguera del viejo teatro
o el pitazo de algún tren que traerá nuevos rostros,
asisto a la escena repetida:
la soledad levanta sus huesos
y asusta fantasmalmente al viento.
Ariel Santibañez
Ariel Santibañez
Es decir, que el desierto y sus intruncados terruños han ocasionado dualidad no tan sólo en quienes somos simples y novicios , sino hasta en los mas inmortales de los versos.

Era una entrada sinuosa y con ripio infinito, una reja con bordes de madera que no era precisamente de la época. Un letrero polvoriento y roído por el poderoso aliento del desierto nos da la bienvenida y nos avisa que debemos esperar. Avisoramos después de unos segundos un hombre que manifiesta sus años al caminar, nos abrió el portón y nos invitó a entrar. Pareciera que llevaba siglos ahí, pues la huella implacable del sol sobre su cuello y hombros era indiscutible, y la de soledad también, pues la sonrisa al vernos lo delata. Luego de ingresar a lo que denominó como su oficina de recepción, descansamos por fin del Inti que nos asedió durante horas, nos posicionamos en aquella sombría sala y mientras nos hablaba muy cordialmente observé tras él un mapa de la ciudadela mientras solo leía su voz, lo mire una y otra vez, lo memoricé y luego de unas pocas pero importantes instrucciones me dispuse a caminar. Aunque la historia comienza mucho antes.
Chacabuco, oficina salitrera construída en 1924 por la empresa "Lautaro Nitrate Company". Fue el mas moderno y mas grande en su tipo. 36 hectareas divididas en un campo industrial y
urbano, con maquinaria capaz de producir 15000 toneladas de mineral mensual. Cobijó a nada mas ni nada menos que 5000 personas aprox. población abundante para este tipo de asentamientos. Fue una de las bellezas creadas por los ingleses, la hicieron pensando en dar los máximos lujos a sus trabajadores, grandes casas y casinos a sus trabajadores de rango alto, mientras la clase obrera vivía hacinada aunque en modernas cabinas. Poco duró esta moderna salitrera, pues Chacabuco, que había sido
creada para aumentar la productividad del "caliche" (otra denominación del mineral), lamentablemente cesó funciones en 1940 ante la gran depresión del salitre. Desde entonces fue dejada al cuidado de rondines, que no impidieron el saqueo, esa actitud que pareciera estar en la genética de muchos chilenos. La gente se fue de vuelta al sur, de donde llegó deseosa de cumplir sueños mediante el método de captación laboral "el gancho". No había mas chances, la época del oro blanco se acababa y debían volver a sus campos, minas de carbón y barcazas.



La mezcla de dos episodios importantes en la historia de Chile, ambas radicalmente opuestas pero enlazadas por el sufrimiento del ser humano, por un lado el chileno de clase baja en busca de un mejor horizonte movido por el oro blanco, trabajando en condiciones casi heroicas y la otra realidad de una época negra, en donde las diferencias de pensamiento ocasionaron la división de
un país, pues Chacabuco, les guste o no fue campo de concentración. Encontrar fichas, documentos y trozos de periódico de la fecha es muy emotivo, haber corrido en esa cancha de futbol, donde a veces jugaban los presos políticos, esa donde una vez algun jugador motivado por la pasión que ocasiona este deporte, pateó el balón mas de lo que estaba permitido, y fue a caer fuera del murallón...y sin pensarlo el arquero trepa aquella pared, y ante el hecho de que estaba rodeada por un campo minado, corre raudamente, zigzagueando, coge la pelota, y se devuelve por donde llegó, salta el muro, y entrega la pelota para seguir jugando ante la mirada estupefacta de sus compañeros y militares que vigilaban el encuentro. Castigado estuvo largo tiempo, pues no creian como sabía la ubicación de las minas...como explicarles lo que es la pasión por el futbol. Yo troté por esa cancha, y no me explico como con el calor reinante alguien podía hacer deporte.

Recorrí sus intruncados callejones, caminé por sus pasillos de pino oregón, vi luminarias de cerámica que aún no eran presa del saqueador, vi esos patios gigantes con lavanderías compartidas, sentí el olor la sequedad de la zona de producción, hornos y fierros por montones, vi entonces el legado de la historia. Compartirán mi mutismo por lo tanto, ese que deja el hecho de saber que nuestros museos al aire libre están en estado crítico, la incomprensión que causa ver como se cae a pedazos un parte nuestra.
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